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Marie Trintignant o las vidas que nos roba el machismo

  • Foto del escritor: Yo soy esa
    Yo soy esa
  • 25 nov 2019
  • 4 Min. de lectura

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La primera vez que oí hablar de Marie Trintignant fue en relación a su última pareja. A su asesino. Pero en ningún momento se nombró este delito.


Era 2009 y estaba en Montpellier estudiando francés. La profesora me había preguntado por mis gustos musicales y quería hacerme algunas recomendaciones de bandas francesas que pudieran ser de mi estilo. Y por eso me habló de Noir Désir. Un grupo icónico en la música francesa pero, decía, con una historia triste. Por lo visto el cantantante, Bertrand Cantat, había tenido “una de esas relaciones tortuosas” con una actriz, Marie Trintignant. Me contó que discutían mucho y una noche tuvieron una desafortunada pelea en un hotel. Dejó caer que ella murió a causa de haberse dado un golpe en la pelea, o eso entendí yo. En cualquier caso, achacaba la muerte de Marie a dos personas que se querían pero que discutían terriblemente. Como si hubiera sido un accidente. Y en aquél momento así lo creí. Me compré un CD de Noir Désir y guardé esa historia en un cajón.


Seguí escuchando a ese grupo de vez en cuando sin demasiada atención. El CD siguió en mi estantería. Hasta hace unos meses. Diez años después de escuchar el relato de mi profesora, volví a recordarlo. Estaba escuchando un aleatorio cuando me saltó de “Le vent nous emportera” y tuve un flash. Fui a Google y tecleé un par de veces. Y me quedé helada. Me rompí.


Marie fue asesinada durante el rodaje de una película sobre Colette, donde interpretaba a la famosa escritora francesa. No fue una pelea. Ni un accidente. Fue un brutal y consciente asesinato. Cometido por Bertrand por celos, después comprobar en el móvil de Marie que había recibido un mensaje de su exmarido. La golpeó diecisiete veces con tanta fuerza que, según el cirujano que intentó reanimarla, los daños provocados eran comparables a haberse estrellado en moto contra un muro a 150km/h.


Bertrand fue condenado a ocho años de cárcel por homicidio involuntario. Como si hubiera cometido una imprudencia. Como si se hubiera saltado un Stop. Como si no supiera, en alguno de esos diecisiete golpes, que estaba haciendo algo que no debía. Y de esos ocho años cumplió menos de cuatro por buena conducta. Como si al no ser violento con otros hombres fuese menos maltratador y asesino de mujeres.


Bertrand salió libre y Noir Désir volvió a dar conciertos. Y la gente volvió a aplaudirle y corearle. Menos de cuatro años después. Y esto siguió sucediendo, a pesar de las protestas de los grupos feministas y de la familia Trintignant, hasta 2010. Pues es entonces cuando la tragedia vuelve a suceder.


De nuevo pierde la vida otra pareja de Bertrand, Krisztina Rády. Ella fue su mujer y madre de sus hijos. Fue de hecho testigo a favor de Bertrand en el juicio por Marie Tintignant, donde declaró que si fuera violento no le dejaría a cargo de sus hijos. Su declaración fue clave en el juicio. Y, al salir de la cárcel, ella le acogió en su casa.


Pero Krisztina no murió físicamente a manos de Bertrand. La violencia se articuló esta vez de forma menos visible para los demás. Pero muy patente para Krisztina, quien un día en el que no pudo más, mientras él dormía en su cama, ella se ahorcó en la habitación de al lado. Puso así final a lo que ella había descrito a su familia y a su última pareja como “una pesadilla que Bertrat llama amor”, en la que tenía miedo de la violencia con la que él podía estallar en cualquier momento.


Antes de morir, Krisztina dejó un mensaje en el buzón de sus padres hablándoles de los daños físicos que le había provocado Bertrand, como su codo roto. Les decía que tenía que desaparecer para que todo eso acabara. Pero a pesar de todas estas evidencias físicas, se estableció únicamente el suicidio como causa de la muerte.


Bertrand ha sido interrogado y procesado varias veces por esta muerte. La última pareja de Krisztina y una acusación popular de un grupo feminista han reabierto dos veces el caso acusándolo de inducción al suicidio, aportando nuevas pruebas cada vez. Sin embargo la voz de Krisztina, tan escuchada cuando le defendió, ahora no parece tener valor. Por mucho que expresase su miedo y detallase la violencia sufrida en cartas y declaraciones a familiares y amigos. Tampoco parecen tan relevantes los testimonios de sus compañeros de Noir Désir reconociendo el comportamiento violento de Bertrand con las mujeres.

Nada de esto ha podido con Bertrand, que sigue impune, libre. Noir Désir dejó de existir, pero él ha seguido colaborando con otros artistas y actuando puntualmente. Y mientras tanto, nosotras nos hemos quedado sin dos grandes mujeres.


Marie Trintignant fue una actriz muy concienciada, entre otras cosas gracias a su madre (la directora, productora, guionista y escritora Nadine Trintignant). Trabajó desde muy joven y pronto se convirtió en icono del cine francés, trabajando en películas y obras reivindicativas que trataban temas como la prostitución o la defensa del aborto.


Krisztina era traductora de obras como “Persépolis” y amante de la cultura. Fue directora del Instituto Balassi, trabajó en France Culture como periodista y fue organizadora de eventos musicales y literarios.


Esta es la triste historia de cómo, una vez más, pudo más el peso de la empatía hacia un hombre asesino y su presunción de inocencia que la vida de varias mujeres. Una vez más, los vagos e incongruentes testimonios de él y las voces a su favor, brillaron por encima de las llamadas de socorro de ellas.


Esta no es una historia nueva. Es de sobra conocida y repetida. Pero hoy es 25 de noviembre, Día Internacional de la Eliminación de la Violencia Contra la Mujer. Y me parecía justicia hablar de dos de las mujeres que el machismo nos ha arrebatado. Porque él podrá seguir cantando en libertad. Pero nosotras somos el grito de las que ya no tienen voz.

 
 
 

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