Fantasías de una jornada poselectoral
- Yo soy esa
- 12 nov 2019
- 3 Min. de lectura

Es lunes, hace siete grados de máxima en Madrid y el tren de cercanías dirección Alcobendas vuelve a ir con retraso. Nada nuevo bajo el Sol. Excepto un millón más de fascistas reconocidos mirándole de cara.
Por eso cuando entro en el vagón, en lugar de ponerme a leer, escuchar música o ver mi vida pasar, me tiro frenéticamente a la calculadora del móvil para sumar los escaños de los bloques de derecha e izquierda. Ninguno tiene mayoría absoluta y, en una segunda vuelta, tampoco tendrían más síes que noes. Guardo el móvil.
No sé si estar tranquila. Creo que no salen los números para que haya un gobierno con apoyo fascista. Pero no hay ninguna opción clara ni apetecible. Así que el miedo no termina de desaparecer. Las personas que no estamos en la parte alta de los privilegios tenemos mucho que perder.
No hay ninguna opción que no me dé pavor. Si al menos hubiera una candidata con opciones reales a la presidencia con un mínimo de conciencia creo que podría respirar. Alguien que fuera consciente de que vive en un país donde las víctimas de violencia de género superan con creces a las del terrorismo. Un país donde, cada hora, una mujer pone una denuncia por delito sexual.
Pero no la hay. Y sólo puedo fantasear con esta Candidata Que No Me Diese Pavor (en adelante CQNMDP). Una candidata que quisiera luchar contra la lacra de la violencia sexual y los feminicidios. Que estuviera dispuesta a revisar la legislación. Para facilitar la burocracia a las víctimas. Para que no tengas que ir sangrante a comisaría si quieres que tu denuncia sea tomada en serio. Para regular el consentimiento y modificar las definiciones de delitos sexuales. Para que los chavales no aprendan de las manadas que puedes salir a violar en grupo, contar con pruebas irrefutables, y que ni aún así se considera violación.
La CQNMDP sabe que estos terribles datos son sólo la punta del iceberg. Y que el machismo se combate educando. Educando a las profesionales que trabajan con las víctimas de violencia de género y sexual. Para que psicólogas, policías, médicas, enfermeras, trabajadoras sociales, abogadas, juezas, todas estuvieran sensibilizadas y, por encima de todo, no cuestionasen a la víctima.
Pero educando sobre todo a las niñas. En igualdad. Para que no interioricen que unos tienen un rol por encima de otras. Para que la educación sexual no les llegue a través del porno. Para que entiendan el valor de la diversidad.
Porque las mujeres somos diversas y merecemos derechos todas.
Merecen derechos las mujeres homosexuales a las que, por ejemplo, se les debería devolver el derecho de reproducción asistida que el PP arrebató en 2013.
Merecen derechos las mujeres trans, cuya ley actual cataloga su condición de patología. Mujeres a las que obliga a acreditar un largo y agresivo tratamiento médico para ser consideradas como tal. Como lo que son.
Merecen derechos las mujeres migrantes, que deberían poder ir a comisaría sin miedo a ser deportadas. Que no deberían pisar jamás un CIE. Entre otras tantas cosas.
Merecen derechos las trabajadoras sexuales. Merecen que se las escuche y se proteja sus necesidades.
Merecemos que se nos escuche a todas. Y que todas estas leyes que regulan nuestras vidas y nuestros cuerpos no sean redactadas por hombres que nunca van a sufrir estas discriminaciones.
Merecemos que se nos vea como personas y no como objetos. Objetos a veces de consumo. Objetos a veces en forma de arma política que esgrimen hasta los fascistas, sacando el racismo como falsa lucha contra el machismo.
Merecemos que el terrorismo machista no pueda ser negado por nadie. Porque sería tan delito como negar el Holocausto. Y el feminismo no es compatible con el fascismo. De hecho, es nuestra arma para combatirlo.
Volvería a respirar si hubiera alguna opción de tener una presidenta feminista de verdad. Porque, lo que algunos ven como una amenaza, un estorbo, es en realidad la oportunidad para frenar el fascismo que nos ataca a todas.
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